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Lo autobus de la nieve

  1 Después de dìas y dìas que el cielo era gris y las nubes bajas, y cada tanto acompañado de una llovizna gélida, llegò al improviso el sol y la temperatura pasò a bajo cero. Desde hacìa un mes vivìa en simbiosi con la computadora. Tenìa que completar una biografìa. Este trabajo me estaba extenuando. Me estaba arrastrando hacia un total agotamiento nervioso. No dormìa regularmente. No lograba casi a dormir. Y cuando lo hacìa, me despertaba a las dos horas. Aquél dìa cerré la computadora y decidì que debìa concederme algo de diverso. Encendì la TV y salté de un canal al otro, tanto como para ayudar mi mente a meditar. Los sàbados no daban jamàs nada que valiera la pena en televisiòn. Ademàs me estaba aferrando un cargo de conciencia por abandonar asì el trabajo. Pero...yà... se estaba haciendo fuerte en mi cansado celebro el deseo de hacerme una disparada a Munich en Alemania. Idea loca! Cenar al Zur Brez’n un plato bavarese y un estrùdel con crema de postre, dormir y volver a casa. Loca, loca idea! Volvì a la computadora. Trabajando duro toda la mañana saltando el almuerzo, a eso de las tres podrìa partir. Después de todo en cinco horas otras veces ya habìa hecho el mismo camino. A las tres y cuarto era en el auto. Habìa trabajado como un alienado y me sentìa en paz con mi conciencia. En el asiento posterior del auto tenìa el bolsòn verde, con una muda, el dentìfrico y el cepillo de los dientes. La aventura podìa comenzar.
2 Viajé a un ritmo previamente calculado hasta Trento. Después comenzaron las colas. El tiempo no era como en Romaña. Aquì estaba nevando. Talvéz nevaba desde hace dìas. A los lados de la ruta se veìan altos cùmulos de nieve. Pasando Bolzano las colas eran mas frecuentes. La ruta era llena de automovilistas que se dirigìan a las pistas de ski. Llegué al Paso del Brennero a las veinte horas. En Austria las colas continuaron hasta Innsbruk, después, finalmente, pude recomenzar a aumentar la velocidad. Pero en el espejo retrovisor veìa unos autobùs enormes acercarse peligrosamente. Qué diablos, pensé, no pueden andar asì tan fuerte! Ese se me viene encima!. Me corrì hacia la derecha y el autobùs, con las ventanillas empañadas, apenas se puso a mi lado empezò a estrecharme. Justifiqué la maniobra divisando allà màs adelante una curva a la derecha. No sabìa ni siquiera hasta que punto el asfalto no fuese con hielo. De todos modos bajé la velocidad. El autobùs que me habia sobrepasado tomò posiciòn a la derecha delante de mì y disminuyò la velocidad. Moderaba a tal punto la velocidad que pensè de sobrepasarlo. Me pasé al carril de la izquierda y aceleré. Pero también el autobùs aceleraba y no se dejaba acercar. En tanto en el espejo retrovisor vì otro autobùs, también éste obscenamente blanco, que por el carril para sobrepasar llegaba de improviso a una inaudita velocidad. Ya me lo veìa encima. Metì la flecha intermitente de la derecha y renunciando al sobrepaso que ademàs se veìa siempre màs dificultoso, regresè en el carril de la derecha. 3 El nuevo autobùs me sobrepasò y fué a flanquear el otro que me habìa pasado precedentemente. Los dos procedìan juntos, uno al lado del otro, y fué en aqél instante que me dì cuenta que detràs de mì en el carril de mi izquierda un tercer autobùs blanco estaba llegando muy velozmente. Be’, me dije, él està a la izquierda, yo estoy a la derecha, no hay problema. El autobùs en un santiamén se me puso al lado. No me gustaba esta situaciòn. En caso de ladeo del autobùs que era a mi costado, no tenìa salida para huir. Moderé la velocidad. Caramba, me dije, si seguimos asì, en la primera estaciòn de servicio me paro y los dejo ir por cuentas suyas a estos deficientes. Pero en aquél momento apareciò en mi espejo retrovisor un cuarto autobùs. También éste gigantesco, desfachatadamente blanco, y con los vidrios empañados, se me venìa encima desde atràs a una velocidad con la que ningùn auto podìa andar. A mi izquierda estaba el tercer autobùs y delante a mi los dos primeros que procedìan uno junto al otro. La ùnica soluciòn era moderar aùn màs la velocidad y dejar que el autobùs que era a mi lado andase adelante. Y también el cuarto, a este punto, me podrìa sobrepasar.
4 Por lo tanto, moderé la velocidad. Fué muy desagradable la sensaciòn que tuve cuando constaté que los dos autobùs que me precedìan,y aquél que me flanqueaba, aminoraban la marcha cuando también lo hacìa yo. Mientras aquél que se me acercaba por la espalda no tenìa la menor intenciòn de frenar. Lo veìa en el espejo, siempre màs cerca, siempre màs cerca, siempre màs cerca!
Fué en aquél instante que todo cambiò, o mejor.....todo...se invirtiò. Yo veìa, como en una pantalla (una pantalla que no tenìa confìn, una pantalla en la cual y en algùn modo yo estaba viviendo), los cuatros autobùs, un poco desde el alto. Veìa los dos adelante, uno al lado del otro. E inmediatamente detràs a la izquierda veìa el tercer autobùs y a la derecha mi auto, dentro al cual seguramente estaba yo. Y detràs de mi auto aquél horrendo cuarto autobùs que se me venìa encima, sin que yo pudiese hacer nada. Escribìa en la computadora pero, como tantas veces sucede a quien habia iniciado a escribir en una computadora, no podìa salir de aquella situaciòn. Buscaba desesperadamente la tecla “salir” o “anula” pero no encontraba nada de todo ello. Después vì el autobùs que chocaba mi auto que se quedaba atravesado, salìa hacia la derecha, se levantaba desde atràs, efectuaba diversas vueltas sobre si mismo y explotaba en una esfera de fuego. Desaparecìa todo y sobre un fondo oscuro una ventana me decìa “Quieres hacer otra partida? SI NO.
Puse el cursor sobre el NO e hice clic. Todo desapareciò. Y en aquél momento, me desperté. Era totalmente bañado de sudor. Pensando a las dos desmesuradas cervezas y al suculento plato bavarès y al estrudel, me venìa la nausea. Me alcé y fuì a la ventana. Los techos blancos de Schwabing me parecìan casi como aquéllos de Parìs. Pensé a dìas lejanos, a las mujeres con las cuales habìa venido a Munich, al tiempo que pasa inexorable. Finalmente me calmé. Era sobre los peñascos y una càlida brisa lamìa mi piel acariciada por el sol. Después era nuevamente en el auto, en la oscuridad, y viajaba hacia Munich y delante de mi estaban dos gigantescos autobùs uno al lado del otro que aminoraban la marcha y a mi lado estaba un tercero, a cerrarme el paso, y detràs un cuarto autobùs que venìa sobre de mì a toda velocidad. Y no podìa, aùn escribiendo como un desatinado, a encontrar la tecla “salir” o “anula” y nuevamente me sentìa en una calle sin salida sin ni siquiera poder apagar la computadora, porque no lograba ver el interruptor. Finalmente, después de la repeticiòn torturante del accidente, reaparece el escrito “Quiere hacer otra partida? SI NO.
5 Clicando sobre el NO me reencontré con la pesadilla. Terminado el accidente reaparece el escrito y esta vez prové a clicar sobre SI. Me encontré en la cama, bañado de sudor. Basta, me dije, tengo que alzarme. Era al alba. Decidì de hacer una buena caminata liberatoria al vecino parque Englishen Garten. Llegué al pequeño lago, giré a su alrededor, descendì por el parque hasta la torre cina. Cuando retorné a el hotel era ya la hora del desayuno. Luego de haberlo tomado decidì de partir. La computadora me esperaba. En poco tiempo llegué a la frontera y entré en Austria pero la hermosa mañana de sol parecìa deteriorarse. Era extraño. No es que el cielo tendìa a nublarse. No. Acaecìa algo de realmente inaudito. La luz..... parecìa aquélla de la tarde, no obstante fuese la diez de la mañana. Y aùn màs, la tarde se volvìa rapidamente noche. En el término de media hora me encontré en plena noche y no sabìa ni siquiera si estaba recorriendo la ruta hacia el Paso del Brennero o nuevamente aquélla hacia Munich. A un cierto punto me estremecì. Era en direcciòn a Innsbruck. ¿Cuàndo habìa invertido la marcha? Y aquéllo que era peor, volvì a ver nuevamente el autobùs blanco detràs de mì. Dejé que todo se desarrollase segùn lo acostumbrado pero en el momento en el cual me vì al externo de la escena, con los cuatro autobùs y mi auto delante y un poco bajo de mì, tomè el ratòn (mouse) y punté con decisiòn sobre File. Apareciò el usual menù: nuevo, abrir....salvar, salvar con nombre, estampar, salir. Punté su “salir” e hice clic. Con inmenso alivio me encontré en direcciòn al Paso del Brennero y sin autobùs. Me detuve en un parador, fuì al toilette, tomé un café, me puse al volante y volvì a partir. A un cierto punto apareciò en mi espejo retrovisor un enorme camiòn, con la trompa verde. El camiòn venìa a enorme velocidad y me sobrepasò. Sobreviene un segundo camiòn, también éste a enorme velocidad, que me sobrepasò y se puso al lado del primero. La trompa verde de un tercer gigantesco camiòn aparece en mi espejo retrovisor. El camiòn se puso a mi lado mientras un cuarto camiòn se acercaba a una velocidad descabellada.



Gianni nigro