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Un debil de nombre Detlef


Detlef compuso un nùmero. Las manos le temblaban. “Hola?” “Detlef?” le respondiò una voz femenina. “Eres tu? Pero caramba, sabes que hora es?” “Si, son las dos de la madrugada.” “Y dònde estàs? Porqué tienes ese tono de destruìdo? Qué carajo ha sucedido?” “Es que...pues, he tenido una discusiòn, parecìa una discusiòn como otras....después mi mujer me ha hechado de la casa.” “Ah. Qué bién. .” “Ah. Qué bién. Yo siempre lo he dicho que era una imbécil. E imbécil lo eres también tù que haz continuado a babearle siempre atràs.” “No le babeabo atràs. Estaba con ella por la nena. Pero es verdaderamente una imbécil. E imbécil es su madre que siempre nos ha invadido la casa, con esa cara de caca, de canalla mafiosa. Sabes que a nuestro casamiento vinieron sus dos tìos, con los anteojos negros de mafioso? Y toda la peonada de la mafia. Tenìa razòn mi padre. Es que yo soy un débil. Fui siempre un débil” “Sienti, porqué carajo estamos hablando por teléfono? Si quieres puedes venir aquì, no?” A través del teléfono Detlef oyò un perro que ladraba, después dos perros, después tres. “Los siento” le dijo. Ella les gritò para que callasen. Cuando se restableciò el silencio le dijo: “Be’, sienti, no pretenderàs que a esta hora venga yo a tu estudio. Vieni tu a mi casa.” Después de un momento de vacilaciòn Detlef dijo: “No està tu compañero?” “Carajo, como me escuchas! No te acuerdas que te lo dije ayer? Se fué a la casa de su madre. Estarà fuera mìnimo por dos semanas. Y después de todo me importa un pito de este tipo. Sabes que me siento contenta si vienes aquì. Al menos ves donde vivo.”
Veinte minutos màs tarde Detlef, intimidado y temoroso, metìa los piés por primera vez en aquéla casa. El aire era irrespirable. Era impregnado del tufo de perro. Sobre el piso viò dos manchas amarillentas de orìn y en un rincòn una caca hacìa bella figura de sì. Los cuatro perros, aturdidos de sueño, negros y horrendos, andaban a ciegas por la habitaciòn. “Escùsame.” dijo ella, “hoy el negocio estuvo siempre super lleno de gente. La gente està enloquecida, todos a hacer la compras para Navidad, tengo las piernas hechas pedazos. Cuando volvì a casa no podìa màs y no saquè mis bebès a hacer sus cosas. Y ellos han hecho aquì sus necesidades.” Detlef miraba con terror aquèlla escena. “Be’... dijo finalmente, “todavìa no es el Arca de Noé pero...vas por buen camino.” “Gracioso! Quisiera verte depués de dieciseis horas sin hacer el pipì! Full, Mega, Ser, Jody! Vengan, vengan aquì con la mamita!” Le saltaron todos encima. Ella se dejò caer sobre el divàn y todos le escarbaban sobre la panza y ella los acariciaba y los besaba furiosamente. Detlef miraba el espectàculo y mecànicamente contaba los perros, los contaba, los volvìa a contar.

Pasaron dos semanas. Llegò el dìa de la despedida. Sobre el umbral de la puerta él besò Linda, le dijo “hasta pronto” y empezò a descender las escaleras. Los cuatro perros ladraban como locos. Dos dìas màs tarde ella lo llamò por teléfono. Lloraba. “Detlef, puedes venir a casa? Ahora.Enseguida!” “Ahora? Si, bueno, pero...” “No, no hay ninguno. Se fué. Le dije de nosotros dos. Le dije que siempre dormiste aquì. Le dije que te amo, que a él no lo quiero màs. Pero le dije que lo quiero como a un buen amigo, que lo habrìa ayudado, Nada. Se arrabiò mucho y se fué.” Veinte minutos después Detlef volvìa a entrar en aquél tufo de locos. La luz llegaba oblicua desde la ventana y sobre el piso se veìan millones de pelos de perros. Dos meses màs tarde decidieron de hacer un fin de semana en el mar. La primavera se insinuaba en el aire marìtimo. Para Detlef el viaje fué infernal. Cada vez que el auto aminoraba la marcha los perros ladraban y sus ladridos rompìan los tìmpanos.

Al otro dìa Linda estaba en la playa, rodeada de sus perros y le preguntò a Detlef si podìa ir a buscarles la comida. Detlef fué al auto y al abrirlo fué invadido por el tufo a perro. Este olor, pensò, jamàs llegaré a sacarlo del auto. En la playa Linda puso cuatro tazones de plàstica y los llenò con el contenido de las cuatro latas. Para Detlef aquélla comida tenìa un olor nauseabundo. Algunos minutos después llegò una pareja de ancianos que se pusieron a pelear con Linda. Fué una discusiòn violentìsima. Estuvieron por llegar a las manos. Al final Linda, Detlef y los perros debieron correrse de lugar. Mirando hacia atràs Detlef viò que habìan dejado un pedazo de la playa llena de caca. “Odio esta gente” protestaba Linda. “Es gente que no ama los animales. También mis bebés tienen derecho, como ellos, de estar en el mar, no? Y tù porqué no me haz defendido? Porqué te quedaste ahì como un imbécil?” “Talvéz...” respondiò Detlef con un hilo de voz, “talvéz no...no estaban equivocados. Si muchas personas trajesen sus perros en la playa, la playa se volverìa un chiquero, no se podrìa sentarse por ninguna parte..” “ Mira qué bién! Ahora también tù odias los animales? Pero qué bién! Que imbécil que eres!” Uno de aquellos perros lo estaba oliendo con particular insistencia y lo raspaba ensuciando y rompiéndole el pullòver mientras ella continuaba repetidamente a darle del imbécil. Detlef fijò intensamente el perro en los ojos. “Tù”, pensò, “dentro de un rato veràs.”

Era la mañana del ùltimo dìa de la breve vacaciòn. Cuando Linda se despertò, encontrò la cama vacìa a su izquierda. “Detlef” llamò, “Deeetlef!!!” Se abriò la puerta del bungalow. “Estoy aquì.” Los perros, agitados por los gritos de la patrona, ladraban y aullaban. “Donde diablo estuviste!?” “He caminado un poco a orillas del mar...” respondiò él, cohibidìsimo. “No querìa despertarte.” “Be’, si tù no estàs también en la cama no puedo dormir. Y ademàs es el ùltimo dìa. Mañana debo estar todo el tiempo en aquél negocio del diablo....dònde diablos està Full? Estuvo contigo?” “Conmigo?! Ni aunque por idea. Me levanté cuando era oscuro y salì. No sé ni siquiera si era aquì, cuando salì.” Buscò su perro por dos horas como una desesperada. Al final dos muchachitos se lo trajeron. Dijeron que probablemente se habìa caìdo desde las rocas y se habia ahogado. Efectivamente presentaba numerosas heridas y era hinchado de agua. Linda se desesperò por dìas y dìas. Pero de todos modos le quedaban siempre tres perros y al final se consolò.

Cada tanto la llamaba por teléfono su ex y ella estaba las horas hablando con él, siempre usando tonos afectuosìsimos. Terminadas las llamadas, quedaba por decenas de minutos a mimar sus tres perros. Y luego trataba Detlef de imbécil porque, mientras ella hablaba por teléfono, él habrìa podido llevarlos a pasear. Entre los tres perros tenìa un preferido. Mega era un macho. Periòdicamente mordìa los otros machos, Full y Ser. Full habìa pasado a mejor vida y ahora Mega se las agarraba a mas no poder con Ser que era mucho màs chico y que después de cada pelea salìa siempre maltrecho, muchas veces hasta sangrando. Después de cenar Linda no tenìa nunca ganas de bajar a llevar a los perros a hacer sus necesidades. “Tengo las piernas hechas pedazos” decìa. Y le tocaba llevarlos a Detlef. Una noche estaban los dos tirados sobre la cama a mirar la televisiòn cuando Mega fuè atacado de fuertes convulsiones. “Oh, Dìos, oh Dìos!” gritaba Linda. “Y tù haz algo! No estés ahì como un tarado a mirar! Oh Dìos, oh Dìos!” Mega muriò a los pocos minutos. No hicieron ni tiempo a ponerse los abrigos para llevarlo al veterinario. Ella se enfureciò con Detlef. “No estuviste atento! Cuando los llevaste abajo, Mega seguramente a comido algo que le hizo mal! No sabes que hay gente que odia los perros y deja en los jardines los pedazos de pan envenenados!?” “Ah sì?” dijo Detlef, con indiferencia. El tiempo pasa y todo lo alivia. Linda recibìa frecuentes llamadas de su ex y también de un hombrecito màs anciano y propietario de tres perros que ella habìa encontrado en el parque. “El sì” decìa Linda “que ama los perros. No es un imbécil como tù.” El vecino de casa protestaba siempre porqué los perros, cuando ella estaba en el negocio, ladraban como obsesionados. “Carajo, Detlef, a veces no tienes nada que hacer! Podrìas estar un poco en casa a hacerles compañìa a estos pobres animales, no!?»

Efectivamente Detlef, que era Doctor en Farmacia, se ganaba la vida enseñando matemàtica en las escuelas secundarias y por las tardes era casi siempre libre. Y asì tomò la costumbre de transcurrir las tardes con aquellos amables animales. Los llevaba siempre al parque. Pero antes pasaba por el supermercado y compraba las latas gigantes de biscochos grasosos para perros. Y en el parque, sentado en un banco, transcurrìa la entera tarde a darle biscochos a los perros que engordaban a màs no poder. A menudo maniobraba con algunas cajitas de medicamentos conseguidas quién sabe dònde. Jody, que era esterelizada y era siempre gorda, muriò en el términe de dos meses. Ataque cardìaco, dijeron. “Pero como es”, continuaba a preguntarse el veterinario, “que es asì tan gordo este animal?” Todo prosiguiò igual, como quiera que sea. O a lo mejor, la ùnica variante fué que al supermercado Detlef compraba un montòn de cosas, y sus bolsillos eran siempre llenos de frascos de medicinas. Un mes màs tarde Ser muriò de cirrosis. En efecto la muerte del perro era talmente misteriosa que Linda quiso la autopsia. Ni siquiera el veterinario lograba a darse cuenta de como pudo tener aquélla degeneraciòn hepàtica. “Asemeja al higado de un alcoholizado” dijo el veterinario. “Le daban alguna medicina? Le hacìan tomar cosas extrañas?” Linda mirò interrogativamente a Detlef, que repondiò “Yo no le he dado jamàs nada de nada. Tù sabes que no tengo mucha predisposiciòn a cuidar de los animales.” Asì Linda quedò sin perros. “Linda” le decìa Detlef “trata de ver el lado positivo. Està llegando el verano, podemos hacer un largo viaje, libres, completamente libres.” “No, yo quiero yà mismo otros perros. Ahora yà! No soy asì estùpida como tù, con los animales. Hoy iré a la perrera y me traigo un macho y una hembra. Y ademàs no puedo partir enseguida. Mi ex pasa a encontrarme. Tù tendràs que dormir por algunos dìas en el estudio. Porqué no vas un poco de vacaciones con tu hija? Detlef fué de vacaciones con su hija. Pero no fueron dìas serenos. Su ex esposa y sobretodo su ex suegra lo tormentaban. Lo llamaban en continuaciòn, le pedìan dinero, cifras astronòmicas, a pesar de no tener ningùn derecho. Y Detlef, tomando sol, meditaba. Habrìa querido partir con su hija, irse a vivir a New York, o al menos, antes hacer un viaje de prueba. Allà tenìa amigos que lo habìan invitado repetidas veces, que eventualmente lo habrìan ayudado a inserirse en el nuevo ambiente.

Al retorno se quedò en el estudio por algunos dìas, sin buscar Linda, que en véz inmancablemente lo llamaba. “Pero eres realmente estùpido, eh? Volviste de las vacaciones y no me llamas? Yo te rompo la cabeza, eh.” Detlef volviò a dormir en la casa de ella. Y a hacer de babysitter, o mejor de dogsitter. Un dìa explotò la enésima violentìsima pelea porque Detlef habìa manifestado el deseo de hacer un viajecito a New York. “Y me quieres dejar aquì sola? No, tu ahora te queda aquì conmigo!” “Pero” replicaba Detlef “cuando tenìa que venir a encontrarte tu ex, me hiciste casi expedir.” “Qué tiene que ver? No ves cuànto eres estùpido? Cuando tù babeabas detràs de aquélla imbécil de tu mujer, quièn me hacìa compañia? Yo me he acostumbrado a él. Pero te amo a ti. Y ahora tù estaràs aquì conmigo!” “Con tus perros, querràs decir. Tù estàs siempre en el negocio” “No ves como eres estùpido? Te dàs cuenta de cuanto eres estùpido? Y ademàs entre semana debemos ir a ver aquélla casa-quinta fuera de la ciudad. Hay dos muy lindas. No quiero vivir alquilando toda la vida. Y no quiero vivir en la ciudad. Mis perros tienen necesidad de correr!” “Sì, pero yo no puedo gastar todo mi dinero. Aquéllas casa-quintas cuestan mucho.” “Pero figurarsi si no tienes dinero! No ves cuànto eres estùpido?” Algunos dìas màs tarde fueron a ver las casas-quintas y ella pràcticamente lo obligò a dar un anticipo para fijar una. Detlef era literalmente terrorizado por la cifra que deberìa desembolsar. Estaban volviendo en auto hacia la casa cuando ella le dijo: “Asì nuestro hijo tendrà una bellìsima casa, donde vivir.” “Hijo? Qué hijo? No estàs tomando la pastilla?” “Ves que ademàs de imbécil eres también tonto? Sin decirte nada, he dejado de tomarlas.” Terminò con la enèsima violentìsima pelea. Estaban con el auto parado a un costado de la ruta, cuando Detlef, al sentir el anuncio que deberìa dormir otros tres dìas en su estudio porque el ex de Linda pasaba a encontrarla, dijo que no lo soportaba màs e hizo el gesto de salir del auto. Ella primero lo arrastrò de nuevo dentro, luego al improviso lo golpeò con todas la fuerza posible con el bastòn antihurto. “Eres loca! Eres loca!” gritaba Detlef teniéndose la cabeza sangrante entre las manos. Linda aquél mes no quedò embarazada. Pero no querìa usar ningùn tipo de anticonceptivo.

Su ex pasò a encontrarla y después de tres dìas nuevamente se habìa ido. Ella ràpidamente llamò a Detlef ordenàndole de ir a su casa inmediatamente, porque se sentìa sola. Decidieron de hacer un paseo en auto. Estaban viajando sobre la ruta estatal a elevada velocidad cuando empezò la acostumbrada pelea acompañada de cachetadas por parte de Linda que hizo perder a Detlef el control del auto. Las dos ruedas del auto subieron sobre el terraplén y se volcò. Cuando el vuelco terminò Detlef se diò cuenta de ser todavìa incòlume. Arrastràndose saliò del auto y oyò un gemido. Linda le imploraba: “Detlef, ayùdame, llama alguien, Detlef!” Detlef caminò alrededor del auto, se inclinò y la observò. Perdìa abundante cantidad de sangre de las muchas heridas de la cara y del cuello. Detlef se enderezò y se puso en camino en busca de ayuda. Sus piernas eran leñosas. Màs se daba cuenta que deberìa andar ràpido y màs sus piernas se le volvìan leñosas. No. no podìa màs, no podìa acelerar el paso. Cuando volviò con los primeros auxilios, Linda habìa fallecido. Algunos meses màs tarde Detlef se reconciliò con su esposa. Pero en el entretiempo la suegra se habìa instalado definitivamente en la casa. Era absolutamente insoportable. Villana, ignorante, entremetida, soberbia, desmesuradamente presuntuosa, pendenciera, pasaba el tiempo a tratar de meter zizaña entre la hija y Detlef. Cuando Detlef era ausente, la vieja hacia todo el posible para hacerlo quedar mal con la hija. Detlef se habìa dado cuenta porque vez habìa dejado un pequeño registrador en una còmoda semicerrada. Al retorno pudo escuchar la grabaciòn y tuvo la confirmaciòn de sus sospechos. Un dìa encontraron su suegra muerta. La muerte era inexplicable. Arresto cardìaco, dijeron los médicos. Vista la edad, la hija no pidiò la autopsìa. Después de todo fué un alivio también para ella, que la vieja falleciera. Pero la relaciòn entre los cònyuge reconciliados, no mejorò. Demasiados cosas habìan sucedido. Y después de todo la vieja habìa obtenido su objetivo, el de denigrar totalmente Detlef a los ojos de su hija. Un dia Detlef llamò la ambulancia. Los médicos encontraron la mujer con una cantidad enorme de somnìferos en el estòmago. No lograron salvarla. Era demasiado tarde. Uno de los médicos tratò de consolar Detlef “No se abandone a la desesperaciòn. Sabe cuàntos de éstos casos suceden todos los dias?” “Ah si?” dijo Detlef con indiferencia. Un mes màs tarde Detlef vendiò la casa de la mujer y partiò, con el hijo y con el dinero, para New York.

di Gianni Nigro