Gianni Nigro

Villa Quercinettini


Tapa
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3 – El tìo Max

En la sala de recibimientos de la casa de la glicina, que era la casa de los abuelos de Ned, a un paso del mar Tirreno, y en la que vivìan también los padres de Ned y en donde ademàs se turnaban siempre al menos una tercera parte de los primos, pertenecientes a la mega familia de su abuelo, que habìa tenido cinco hijos, y cada uno de ellos a su vez habìan producido una prole igualmente numerosa, provocando un crecimiento exponencial de la familia, se habìan reunido todos allì, para festejar la inesperada llegada del ya dado por perdido tio Max. Verdaderamente la madre de Max, (la abuela de Ned) era perpleja. Aùnque si lo habìa reconocido sin dudar, después de diez largos años de ausencia, lo veìa un poco diverso, talvés màs evolucionado, seguramente màs complicado. Fìsicamente era muy quemado del sol y presentaba una piel con mucha melanina. Por otra parte desde donde venìa era pleno verano, y probablemente el tìo Max desarrollaba una actividad (que habìa prometido contar con mìnimos detalles), que lo obligaba a exponerse a los rayos del sol casi subtropical de las zonas del norte de la Argentina. Pero ademàs que fisicamenete, su querido Sandrino (asì lo llamaba en su mente de madre, y no Sandro o Max) hablaba desenvueltamente, como un hombre seguro y madurado por miles experiencias, mezclando términos italianos a algunas palabras en español, o màs aùn pronunciando las palabras al modo Argentino. Se sabe, tanto como para dar un ejemplo, que la doble ele en Argentina se pronuncia como una “y” mòrbida. Practicamente, el término Castilla, que en la pronunciaciòn española para un italiano suena “Castillia”, casi pronunciado con “gl” de famiglia, en Argentina para un oìdo italiano suena como “Castigia”(Castiya). En suma, el tìo Max se habìa vuelto internacional, hablaba de Uruguay, de Brasil, de Paraguay, de viajes en naves como se si tratase de tomar un colectivo. Y hablaba, hablaba, hablaba, a màs no poder, de inmensas extenciones de tierras que se perdìan al alcance de la mirada, de la cadena montañosa de los Andes que tocaba el cielo, del encanto de Ushuaia sobre una màgica bahìa, de la inmensa rambla de Mar del Plata que para recorrerla a pié era necesario caminar un dìa entero, de la grandiosidad de Buenos Aires, que con los gratacielos rivalizaba con New York, en fin contaba de todo menos que de su efectiva actividad. En aquellos tiempos en Italia se compraba la carne una vez cada tanto (es decir casi nunca) y se comìa el pollo solo en los domingos, se reutilizaban los mismos vestidos por años y Ned se divertìa a estar de guardia en la ventana que daba sobre la plaza, donde el trànsito de un auto era un evento raro, y Ned los conocìa a todos los automòviles, y cuando pasaba uno, decìa a su abuela: “Mira, mira, nonna, està pasando una Aprilia!”. La Argentina en cambio era uno de los paìses màs rico del mundo, y su tìo Max se vanagloriaba, sin intenciòn de desmentirse, de tener entre sus manos tantos negociados, uno màs rentable del otro, y de comercializar una cantidad desmesurada e indefinida de vacunos, que apacentaban libres en una pradera que se perdìa en la distancia. Pero el tìo Max, evitaba de descender demasiado en detalles. Era el propietario de los vacunos o solo un intermediario? Y la tierra era suya? Quién lo podìa saber? Llegò finalmente el momento en que el tìo Max a quemaropa preguntò a la mamà de Ned: “Y aquélla villa del otro lado de los Apeninos, que poseìa tu familia, donde tù y los tuyos se refugiaron durante la guerra, que fine hizo? No la habràn arrasado con los bombardeos, verdad? Ella era muy joven, y aùnque si ya madre, se sonrojò un poco, por el tono seguro y jactancioso del tìo Max. “No, todavìa la tenemos”, respondiò con un hilo de voz, “sì, una bomba la perforò desde el techo hasta la cantina, pero por suerte no explotò. Ya pasaron tantos años y todo fué arreglado. Lo llevé una vez al pequeño Ned, en septiembre pasado.” Ned se recordaba, de aquéllos dìas, aunque si con un poco de fatiga. Màs que nada Ned se recordaba de la villa como de un lugar fabuloso, perdida en medio de la campaña, donde de noche el cielo era lleno de estrellas y los grillos y las luciérnagas se desencadenaban, mientras de dìa el aire era impregnado de muchìsimos olores, de herba segada, de las primeras exprimituras de la uva. “El pequeño Ned!”, explotò el tìo Max, tomàndolo por los hombros y alzandolo como un osito de peluche y después apretàndolo cariñosamente a su pecho. “Mi querido y chiquito Ned! Sabes que te asemejas mucho a mi hermanito, que es tu papà? Pero te asemejas mucho màs a tu mamà. Y que ojazos azules, Ned! Asì que estuviste en la Villa Quercinettini?, nada màs ni nada menos! Beh, la huerta del nonno te habrà parecido nada en comparaciòn, no es cierto? Porqué Villa Quercinettini tiene tanta tierra alrededor, no es asì? Y tù sabes si tienen intenciones de venderla?”, preguntò a la mamà de Ned. Y ella se sobresaltò. “Absolutamente no! Por el momento mi familia la utiliza como casa para las vacaciones de verano. Y espero propio que a ninguno, por el momento,no le venga la idea de venderla! A Ned le gusta muchìsimo ir, no es cierto Ned?” El pequeño Ned afirmò con energìa, para él la estadìa de septiembre en la villa era una liberaciòn, un verdadero paraìso terrestre, donde podìa correr sin lìmites, donde tenìa el permiso de la madre de alejarse porqué los peligros eran inexistentes. Y mientras Ned se encantaba a recordar las luciérnagas de las noches de Villa Quercinettini, el tìo Max se encarnizaba a hacer preguntas a los adultos, sobre sus propiedades, si las pensaban vender y cosas por el estilo. El tìo Max se quedò por un mes entero, en la casa de la glicina, y por todo el tiempo logrò evitar de explicar exactamente en que cosa consistìan sus innumerables actividades. Y asì llegò el dìa de la despedida, con tanto de agitar pañuelos al viento en el puerto, él sobre el puente de un barco mercantil donde afortunadamente habìa encontrado un puesto como lavapisos. Y en la casa de la glicina recayò la quietud de siempre, hecha de campanilleos de los primos màs grandes, que llegaban a todas las horas, de grandes comilonas en las que el ùnico a hablar era el nonno de Ned, que màs que nada interrogaba, uno a uno de los primos de como andaban las tareas escolàsticas, y Ned que escuchaba y observaba, màs curioso que un gato.

Continùa.......
Scogli, mare e navi alla fonda



Atràs (Capitulo 2)