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La tundra noruega

El descubrimiento de la Tundra

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Gianni Nigro
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Corrìa el año 1997. Mi “record” de viaje hacia el “norte” por muchos años era haber llegado a Como (pocos km al norte de Milàn). Verdaderamente escaso, como record, no les parece? Después, a mitad de los años Ochenta, me llevaron, dirìa casi a la fuerza, a Munich, en Bavaria. Y salir de los confines nacionales fué para mì una experiencia importante.
Descubrì que viajar abre mucho la mente. Y me sucediò propio con Munich en Bavaria, que es, dirìa, media italiana, ya sea por la invasiòn continua de turistas, ya sea porqué muchìsimos de los italianos que habìan emigrado un tiempo en busca de trabajo (a menudo absorbidos por la BMW), habìan sucesivamente abierto pizzerìas y sobretodo heladerìas. Ambientes estupendos, las pizzerìas y las heladerìas italianas de Munich.
Muy cuidadas y mucho mas lindas de las que podemos encontrar en Italia, pero en general sucede con todas aquellas de la entera Alemania, en realidad son grandes confiterìas, donde se puede degustar de todo, desde el café a la porciòn de tortas, de dulces de quark (queso alemàn) y manzana, hasta la infaltable “Sacher” (torta de chocolate) proveniente de la cercana Austria, ademàs, obviamente, al clàsico helado a la italiana, que como se sabe es de orìgenes veneciana.
Pero en aquél ya lejano fin de Agosto del Noventa y siete, no tenìamos ganas de pararnos en Alemania y pedimos a nuestro cascajo de llamar a todas sus energìas mecànicas para llevarnos màs al norte. Y asi, con las velocìsimas autopistas (absolutamente gratis) de Alemania, nos encontramos en la dulce Dinamarca, un paìs que parece salido de la pluma de Andersen. Después de atravesar en ferry el estrecho del Mar Bàltico entre Dinamarca y Suecia, admirando el Castillo donde fué ambientado Hamlet, nos habìamos convencido de hacer una “U” y comenzar a volver a casa. Pero Oslo, al menos a lo que se veìa en el mapa de las rutas, parecìa estar ahì, a un paso. Como resistir a la tentaciòn? En realidad metimos una entera tarde. Pero al dìa siguiente, volviendo a partir de la Capital de Noruega y avanzando aùn màs al norte, ebrios por la idea de descubrir siempre nuevas tierras, arribamos, después de una no muy larga salida, a un lugar de ensueño.
Era un altiplano, circundado en la lejanìa de enormes montañas redondeadas. El altiplano era atravesado en aquél momento por un trencito rojo,que cada tanto rompìa el silencio con un silbato. Y por todos lados se veìan laguitos, verdaderos espejos de agua, que reflejaban las montañas con bloques de nieve congelada por acà y por allà. Pero la cosa màs sorprendente, de dejar sin respiro, era el paisaje, la vegetaciòn. Sobre las rocas redondeadas, se veìan liquénes, en sus diversas variedades de colores, compuestas, el alimento principale de los renos. Y todo era diverso, todo era como encantado. Por aquì y por allà aparecìan también algunos abedules, pero eran pequeños y poquìsimos. Con el pasar de los años fué propio el nùmero y la dimensiòn de estos abedules a dirnos cuànto el clima estaba cambiando. El recalentamiento global, relevado con la instrumentaciòn y los càlculos de las grandes computadoras de los cientìficos, era allì, visible, tangible. Los abedules ahora constituyen pequeños bosques, sobre el altiplano entre Dombàs y Oppdal, y los liquénes son siempre mas escasos. Pero aùn asì, no obstante todo, la experiencia de conocer el altiplano, de respirar el purìsimo oxigeno, de tocar las rocas alisadas en épocas remotas por los inmensos glaciares que las cubrìan, de observar los liquénes (sin arrancarlos como souvenir, les recomiendo), es verdaderamente una sensaciòn ùnica y cada vez siempre màs entusiasmante.

Gianni Nigro
Altoplano hacia Oppdal
Merienda en el altiplano